Siempre dado por hecho. Nos llenamos la boca de lo que hacemos y somos capaces de concebir sin siquiera por un instante detenernos a contemplar la maravilla ocurrente, que nos impulsa y sostiene con semejante precisión y equilibrio, ante todos los desequilibrios y vértigos que de contínuo le imponemos controlar en nuestro diario devenir.
Preexistente a todo lo que somos y vestimos. Tan superior a todo lo que nos arrogamos.
Ese que permite que este robot que controlamos desde detrás del entrecejo, que nos delata esfuerzos, que nos advierte riesgos, que nos permite movernos y actuar con la sutileza que hemos alcanzado.
Ese, convertido en aquel remoto casi mecánico tan indiscutido como inadvertido.
A ese me refiero.
Ha llegado la hora de rendirle homenaje y de comenzar a cultivar su observación, empezar a aprender a actuar con su pureza de intenciones, como mejor modo de rendirle culto .
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